El elefante de las Célebes, Max Ernst (1921) |
El surrealismo deriva en parte
del dadaísmo y plantea una respuesta positiva a la situación de crisis que se
vive tras la I Guerra Mundial: la búsqueda de la libertad individual y social.
Pretende unir las teorías de Marx y Freud para «transformar el mundo y cambiar
la vida». En ese deseo de descubrir otro mundo, más allá de cortapisas mentales
y morales, se encierra una dimensión revolucionaria: el deseo de transformar
radicalmente las bases en las que se sustenta la vida de cada uno y las
relaciones con los demás. Por eso, partiendo de esto, los surrealistas tuvieron
una fuerte conciencia de su papel como grupo y de su dimensión ética y
política.
También deriva, en parte, de la
pintura metafísica de De Chirico, que emplea la asociación de ideas y
representa fragmentos de la realidad. En 1924, el poeta francés André Breton
(1896-1966) sacaba a la luz el Manifiesto
del surrealismo, junto con la revista La
Révolution Surrealiste.
El nuevo movimiento planteaba el
uso constate de la provocación y la profunda convicción de que la razón no era
más que un molesto corsé, un límite que impedía el desarrollo libre de la
imaginación. Esta imaginación surrealista era la alternativa a los falsos
valores establecidos.
Breton, tomando como punto de
partida la obra clave de Sigmund Freud La
interpretación de los sueños (1900), llegó a la conclusión de que la única
forma de romper las ataduras de la razón era tener acceso al subconsciente,
librarse del control de la razón para pintar los sentimientos y los deseos más
profundos. El principio fundamental del surrealismo es el automatismo, o la
expresión directa, sin control. Para los surrealistas, la razón puede lugar a
la ciencia, pero solo el inconsciente puede dar lugar al arte.
De hecho, el propio manifiesto define el surrealismo como «puro automatismo psíquico por el cual se intenta expresar, bien verbalmente o por escrito, la verdadera función del pensamiento. Dictado verdadero en ausencia de todo control ejercido por la razón, y fuera de toda preocupación estética o moral». Se trata, pues, esencialmente de una actitud mental abierta hacia lo desconocido, que tiene consecuencias en el campo de las artes plásticas y de la literatura.