René François Ghislain Magritte (Lessines, 21 de noviembre de 1898 - Bruselas, 15 de agosto de 1967) es uno de los primeros en integrarse en la corriente surrealista. Es también el ejemplo intelectual más impresionante de la idea literaria, filosófica o de teoría del arte que hay en el movimiento.
Canción de amor (1914), Giorgio de Chirico |
Sabemos que cuando el pintor vio una reproducción del cuadro Canción de amor de De Chirico sintió, como escribiría posteriormente, que «representaba una ruptura completa con los hábitos mentales de los artistas que están aprisionados por el talento, el virtuosismo y las pequeñas especializaciones estéticas: era una visión nueva...». Él siguió esta línea de trabajo durante casi toda su vida, y muchas de sus imágenes oníricas, pintadas con exactitud meticulosa y expuestas con títulos desconcertantes, son tan memorables precisamente porque resultan inexplicables.
En lugar de trasladar el aspecto de lo surrealista a sus cuadros, construyó enigmas con componentes de la realidad, señalando lo absurdo en ese proceso. Su tema no es una invocación de lo inconsciente, sin ola voluntad de desconcertar al espectador y su percepción habitual enfrentándonos a elementos dispares, incompatibles, ajenos los unos a los otros. Así, Magritte pretendía hacernos reflexionar sobre la naturaleza de la realidad y nuestras suposiciones tácitas respecto a ella, así como acerca del arte y la percepción en general.
Para provocar un giro mágico y poético de lo cotidiano y sacar al espectador de su autocomplacencia se la sorpresa. Esto consistió, en sus primeros cuadros «criminalistas», en volver del revés situaciones familiares: en El asesino amenazado (1926), el asesino es la víctima; en La diversión (1927), una chica se come a un pájaro.
Los dos misterios (1967) |
Golconda (1953) |
Entre sus muchas representaciones de un hombre con abrigo y sombrero negros pueden destacarse Golconda (1953), en el que una gran cantidad de estos parecen caer del cielo (o bien flotar en disposición geométrica) sobre una ciudad como si fueran gotas de lluvia, o El hijo del hombre (1964), en el que el hombre, sobre un fondo marino y brumoso, tiene una manzana frente al rostro.